Por Hilda Gómez
Oralidad, lenguaje y lectura en la era digital. Construcciones y desciframientos culturales.
El presente texto se enfoca en la importancia del lenguaje escrito y del lenguaje oral asociados con la lectura en la era digital época con un desarrollo tecnológico como nunca antes se había vivido, en donde la convergencia multimedia, así como la multiplicación de las plataformas de internet intervienen en la vida cotidiana de los seres humanos, en casi todo el mundo y en la casi totalidad de los procesos de aprendizaje y de comunicación.
Hablar de lenguaje escrito, lenguaje oral y lectura es referirse a esferas de acción humana, cada una con su correspondiente historia cultural, mediante la cual conocemos cómo han sido construidas y cómo sus resultados y significados han sido interpretados en distintos periodos.
Estas interpretaciones, en lo general, hasta poco antes del fin del Siglo XX, en los umbrales de la revolución tecnológica marcada por el desarrollo de la World Wide Web, suponían la identidad de la lectura con el libro. Objeto físico y acción suponían un binomio necesario e imprescindible así como lo era la identidad del lenguaje escrito con la palabra trazada manualmente en papel, o a lo sumo, en sus versiones mecánicas con la máquina de escribir y los primeros procesadores de texto. En ambos casos nos encontramos con soportes lineales -analógicos- del pensamiento y de las demás operaciones que el cerebro humano desarrolla.
Y es precisamente, la historia cultural la que nos recuerda que estas perspectivas de la lectura y la escritura no han sido eternas, pues son relativamente recientes y que ambos procesos constituyen acciones ligadas a desarrollos tecnológicos producto de la civilización. Del libro en papel al e-book median siglos de tecnología de la lectura y sus soportes. Recorrer el camino histórico y cultural que va de la imprenta a la pantalla implica considerar los cambios en los usos, contextos y consumos culturales de la población y su relación con las circunstancias de la era digital.
Es pertinente anotar el trazo de la historia cultural de la lectura y la escritura puesto que en nuestros días, ante la multiplicación y velocidad del desarrollo tecnológico, resulta tentador apelar a “lo humano” en oposición a “las máquinas” -queriendo decir con ello todo lo tecnológico- para subrayar la división entre un mundo pretendidamente “natural” que está perdiendo la batalla frente a un mundo “artificial” en el que todos los rasgos de lo “intrínsecamente” humano -cualesquiera que sean éstos- están en retirada.
En su muy reconocido libro Oralidad y escritura: tecnologías de la palabra Walter J. Ong hace énfasis en los encuentros culturales y las correlaciones entre lectura y escritura como expresiones puntuales de civilización -y, por tanto, procesos “no naturales”- que han ido marcando épocas y transiciones y construyendo perspectivas de mundo desde lo “artificial” sin que con ello se haya extinguido “lo humano”. Lectura y escritura son dos expresiones, dos aprendizajes humanos que requieren tiempo y conducción especializada. Nadie nace conociendo ni siquiera los rudimentos de estas herramientas y su uso pertinente y adecuado implica la inversión de varios años -cuando no, de toda la vida del individuo.
Desde el libro, como el artefacto que a lo largo de más de 500 años se ha mantenido como soporte de la lectura, hasta la www las prácticas lectoras están tecnologizadas. El soporte de papel llamado libro constituye uno de los más importantes logros de la civilización en materia tecnológica a partir de la imprenta, plataforma de producción y distribución que popularizó la lectura en todos los sectores.
En lo que se refiere al lenguaje oral, podemos anotar que a diferencia de la lectura y la escritura, se trata de una capacidad natural inherente a lo humano: la capacidad de hablar y simbolizar con palabras. Mediante el lenguaje oral los seres humanos tienen la capacidad para crear ideas e historias, lo cual constituye el basamento expresivo y significante de la escritura y la lectura -procesos ambos, posteriores en la historia de la humanidad y en la vida de cada persona, al lenguaje oral.
Al día de hoy, la oralidad -la expresión narrativizada del lenguaje oral- sin perder su carácter primigenio, es reconocida como una instancia de igual valor cultural que el lenguaje escrito; ambos están hermanados por la lectura, entendida semióticamente como el proceso de desciframiento de contenidos simbólicos que guarda un texto, concebido a su vez como un espacio de interpretación, como una unidad de significado más allá de las palabras o las frases.[1]
Indagar en las características, el status y las interrelaciones entre lenguaje oral, lenguaje escrito y lectura implica desentrañar los significados y las propiedades que se le han atribuido a cada concepto y práctica, a lo largo de la historia, para abordarles como construcciones que a través del tiempo han sido caracterizadas de diversas maneras y reconocerles su carácter dinámico, siempre cambiante.
De esta manera, en los años de finales del siglo XX y los que lleva el presente siglo hemos transitado de la perspectiva que explica y concibe a estas prácticas como tres áreas diferenciadas pero interconectadas, cuya valía social había colocado en el punto más alto e importante a la escritura y a la lectura de libros, a la consideración de cómo el lenguaje oral, el lenguaje escrito y la lectura constituyen prácticas culturales de carácter transversal, hibridizadas, que han salido de los espacios canónicos de la llamada alta cultura para, en consonancia con las características de la era digital, practicarse de manera multiplicada, fragmentada, y en convergencia con las plataformas tecnológicas que ofrecen interacción, movilidad y conectividad permanentes.
Este texto forma parte de un trabajo más amplio de la autora.
Hilda Saray Gómez González. Presidenta de Proyectos de Desarrollo de AlfabetizaDigital.
Contacto: @hsarayg
hgomezg@alfabd.org
[1] Es ésta una noción de texto asociada a la Semiótica. Textos hiperfrásticos los llama el filósofo mexicano Mauricio Beuchot, en su libro Tratado de Hermenéutica Analógica.
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