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Narrativas sonoras de hoy. Contar en el horizonte digital

Colaboración de Hilda Gómez González


Con harta frecuencia el horizonte de lo digital se identifica únicamente con la existencia, el uso y la expansión de la tecnología.

En la radio, por ejemplo, hacia finales de los viejos años ochenta hablar de digitalización estaba indudablemente asociado, en el caso de la producción de contenidos, a desterrar la cinta magnética como soporte universal y por ende, descontinuar el uso de las grabadoras analógicas de carrete abierto.

Decirle adiós a la edición manual, a la tijera y a la cinta adhesiva para unir los extremos.

Sin embargo, el cambio no sólo fue tecnológico.

La cinta magnética enrollada en un carrete representaba una manera de pensar, de narrar; de iniciar y concluir una historia. En la cinta, se iba de principio a fin, de un punto A a un punto B en la forma de contar y armar un programa.

Con la introducción de la grabación digital no sólo se mejoró la calidad del sonido -que tal era la expectativa más importante- sino que se modificó la manera de entender una historia, la manera de concebirla y la manera de construirla.

Mientras en la cinta, la historia narrada transcurría como una metáfora del tiempo lineal, en la producción digital se abrió paso a la simultaneidad, el armado a partir de fragmentos, la lógica del rompecabezas para armar una historia.

En esta perspectiva, los procedimientos técnicos de grabación se convirtieron en metáfora de las formas de narrar y crear narraciones en la radio, abriendo un sinfín de posibilidades.

Contar una historia, narrar acontecimientos, es humano.

Entretejer los hechos con el recuerdo de cómo sucedieron ha forjado culturas enteras y dado forma a mitologías, cosmogonías y creencias que originan identidades.

Desde la Poética de Aristóteles hasta la interactividad, pasando por los hipertextos y los numerosos experimentos para exponer lo que conocemos como realidad, la historia de la cultura nos muestra un gran catálogo de estrategias para crear relatos, para contar, para exponer, para dar cuenta de las tensiones entre los mundos internos y las realidades externas.

Durante el siglo XX los medios masivos de comunicación, precedidos por el cine, crearon formas de narrar que se incorporaron fácilmente al imaginario colectivo y socializaron patrones para contar historias.

Ciertamente, la literatura aparece como el gran espacio, pionero, de experimentación narrativa que después sería retomado por todas las expresiones audiovisuales.

La aportación que significó la edición cinematográfica para dar textura narrativa al tiempo y al espacio, fue una de las más importantes influencias en la manera de acomodar los acontecimientos y lo que dio paso a la creación de “lenguajes” que durante el siglo pasado dieron identidad a los medios.

El lenguaje radiofónico y el lenguaje televisivo dieron lugar a numerosas explicaciones, estudios y críticas sobre el modo en que narraban -o “debían narrar” la radio y la televisión, incluso, se dio paso a una taxonomía de géneros que, heredados de la literatura, explicaban las formas en que la pantalla chica y el aparato de radio nos devolvían la realidad.

De tal manera ha sido la influencia que un relato podemos imaginarlo en médium shots, en cortes directos, en planos secuencias…

Al día de hoy, esta realidad narrada ha sufrido cambios. La velocidad del mundo no es la misma, no sólo por la rapidez, sino porque la noción humana del tiempo ha cambiado. Esperar 10 segundos para que baje un archivo o para que abra un video nos resulta una eternidad.

O la distancia: lo que estaba “allá”, ahora está “aquí” y no sólo eso, la realidad narrada puede estar “allá y “aquí” simultáneamente, dando esa cualidad, también a la realidad – real.

El sujeto expuesto a la tecnología contemporánea vive en una superposición de planos temporales y espaciales que le impelen a narrar de otra forma, a entender el mundo de otra forma y a buscar relatos que indaguen en esas experiencias.

La radio y los contenidos sonoros no pueden ser ajenos a ello, a la experiencia de quien con un móvil en la mano tiene el mundo a su disposición, llevándolo, literalmente a donde se encuentre. Esta condición nos invita a reflexionar sobre las formas en cómo los contenidos narrativos sonoros podrían acercarse a esa experiencia.

Las producciones contemporáneas más relevantes de series audiovisuales, que se consumen a través de plataformas como Netflix o HBO, por ejemplo, que no son televisión, han dejado atrás el “lenguaje televisivo” para enfrentar a los usuarios con nuevas narratividades donde la fragmentación, la simultaneidad, la multiplicación son signos de identidad contemporánea.

Acaso Black Mirror o Sense 8 representen los ejemplos más populares de esta tendencia. En su construcción narrativa -no sólo en su temática- se advierten formas reveladoras de contar una historia y de hacer partícipe a la audiencia.

Lo sonoro podría aventurarse por caminos, si no iguales, sí equivalentes. Atreverse a dar la vuelta a los géneros tradicionales como la radionovela o el radiodrama; a la tertulia -género tradicional entre los tradicionales-, a los géneros informativos y explorar cómo podría ser que con el sonido y el silencio -en toda su amplísima gama de variaciones- se pudieran crear nuevas realidades narrativas acordes con las prácticas culturales contemporáneas.

El radiofeature y el radio arte han sido dos de los géneros contemporáneos -ya no tan nuevos- que han abierto la puerta para buscar nuevas narratividades radiofónicas y sonoras.

En su combinación de realidad y ficción, en el caso del radiofeature, o en su carácter abstracto, que apela a la construcción y a la deconstrucción personalísima de un discurso sonoro, en el caso del radioarte hay dos posibilidades, dos puntos de partida.

¿Cómo sería la multextualidad y la simultaneidad sonora? ¿Cómo construir nuevas nociones de tiempo y espacio a través de los sonidos?

La tecnología nos ofrece plataformas, ambientes cibernéticos, estrategias de creación no lineales, pero como sabemos, lo digital es la experiencia, no el objeto.







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